¿Aristóteles a medio camino? El arte del "término medio"

Aristóteles (384 a.C.- 322 a.C.)
Aristóteles (384 a.C.- 322 a.C.)

Introducción:

En el núcleo de la Ética a Nicómaco de Aristóteles se encuentra la compleja teoría del término medio, que sostiene que la virtud se halla en el equilibrio entre los extremos de exceso y deficiencia. Este planteamiento no está exento de controversia. En primer lugar, cabe preguntarse si el término medio es una medida universal y objetiva de la virtud o si, en cambio, se convierte en una fórmula ambigua que puede ser manipulada para justificar cualquier comportamiento bajo el pretexto de equilibrio. ¿Realmente proporciona una guía moral clara, o solo ofrece un refugio conveniente para evitar el enfrentamiento con dilemas éticos más complejos?

Además, la distinción entre actos voluntarios e involuntarios, también abordada por Aristóteles, añade otra capa de complejidad. Aristóteles diferencia entre actos voluntarios, que se originan en la deliberación consciente del individuo, y actos involuntarios, que ocurren bajo coacción o ignorancia. Este marco nos desafía a considerar si la capacidad para discernir y aplicar el término medio está verdaderamente al alcance de todos o si requiere una deliberación excepcional que pocos poseen. La aplicación práctica de estas teorías plantea una cuestión crucial: ¿cómo influyen estas distinciones en la evaluación moral y en la formación de la virtud? Estos problemas invitan a una reflexión crítica sobre la validez del término medio y la capacidad de los actos voluntarios e involuntarios para definir la conducta ética en el contexto contemporáneo.

"Los hombres sólo son buenos de una manera, malos de muchas" 
Ética a Nicómaco, Libro II, Capítulo 6, 1106b35. (Cita de autor desconocida usada por Aristóteles).

La Virtud Ética según Aristóteles

En la Ética a Nicómaco, Aristóteles distingue entre las virtudes éticas y dianoéticas. Las primeras se refieren a las cualidades relacionadas con el carácter y las emociones, mientras que las segundas se relacionan con la parte racional del alma. Aristóteles afirma que la virtud ética no surge por naturaleza; no nacemos siendo virtuosos, sino que la virtud se adquiere mediante la repetición de actos virtuosos. Aristóteles usa la palabra "hábito" (hexis) para describir esta adquisición, sugiriendo que la virtud es el resultado de la práctica. Así como las habilidades físicas como tocar un instrumento musical requieren práctica constante, también la virtud se desarrolla con la repetición de actos justos, prudentes y moderados (Aristóteles, 1985, pp. 109-111).

La afirmación de que la virtud ética es una disposición adquirida tiene una base sólida en la naturaleza humana. Según Aristóteles, los seres humanos están dotados de la capacidad de adquirir virtudes, pero esta capacidad no se realiza automáticamente, sino que depende de nuestras acciones. La repetición de actos virtuosos moldea nuestro carácter y forma una disposición hacia el bien. Este es un proceso activo que involucra tanto la práctica como la reflexión. El hábito de hacer el bien es, por tanto, fundamental para Aristóteles: mediante la práctica de acciones virtuosas, los individuos no solo realizan actos buenos, sino que también desarrollan un carácter ético estable que les lleva a actuar correctamente de forma habitual.

Definición de Virtud en Aristóteles

Aristóteles define la virtud como "un modo de ser selectivo, un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente" (Aristóteles, 1985, p. 169). Esta definición revela dos elementos clave: primero, que la virtud implica una elección deliberada; y segundo, que la virtud se encuentra en el término medio entre dos extremos: el exceso y la deficiencia. Este concepto de la virtud como el "justo medio" es uno de los pilares de la ética aristotélica.

La virtud no es un punto fijo o una regla universal que se aplique a todos por igual en todas las situaciones. Al contrario, es relativa a cada persona y contexto. Por ejemplo, el valor es la virtud que se sitúa entre la cobardía (falta de valor) y la temeridad (exceso de valor). Un acto virtuoso en una persona puede no serlo para otra en circunstancias distintas. El justo medio se determina mediante la razón, y en particular, a través de la deliberación prudente.

La Prudencia y el Término Medio

Aristóteles sostiene que el hombre prudente es aquel que tiene la capacidad de deliberar correctamente y elegir el justo medio en cada situación. La prudencia (phronesis) es una virtud intelectual que permite al individuo identificar el término medio adecuado en cada circunstancia, basándose en la razón y la experiencia. Es importante destacar que este término medio no es simplemente un punto de equilibrio matemático entre dos extremos, sino que es el resultado de una deliberación consciente que tiene en cuenta las particularidades de cada situación (Aristóteles, 1985, pp. 176-177).

El prudente, según Aristóteles, es aquel que posee la capacidad de juzgar correctamente en cada situación, y esta capacidad se desarrolla a lo largo del tiempo mediante la experiencia y la práctica. La prudencia no solo nos guía en la elección de acciones virtuosas, sino que también nos permite actuar en función del bien común, ya que la virtud no es algo individualista o egoísta. Para Aristóteles, la felicidad (eudaimonía) solo puede alcanzarse dentro de una comunidad, donde los individuos actúan en función del bienestar colectivo. Así, la virtud ética tiene una dimensión social y política, en tanto que las acciones del individuo virtuoso están orientadas hacia el bien de la polis.

En resumen, Aristóteles presenta la virtud ética como una disposición adquirida mediante la costumbre, que se encuentra en el término medio entre los extremos de exceso y defecto, y que se determina mediante la razón y la prudencia. La práctica constante de acciones virtuosas forma un carácter estable que nos permite actuar correctamente de manera habitual, y este carácter virtuoso es esencial para alcanzar la felicidad en la vida.

Actos Voluntarios e Involuntarios en Aristóteles

Definición de Actos Voluntarios e Involuntarios

En el Libro III de la Ética a Nicómaco, Aristóteles introduce una distinción crucial entre los actos voluntarios e involuntarios. Los actos voluntarios son aquellos cuyo principio de acción reside en el agente mismo, es decir, en su voluntad y decisión consciente. Para que un acto sea considerado voluntario, el agente debe tener conocimiento de las circunstancias particulares de la acción y debe actuar sin ser forzado por una influencia externa (Aristóteles, 1985, pp. 179-181).

Por otro lado, los actos involuntarios son aquellos que no dependen de la voluntad del agente. Aristóteles los divide en dos categorías principales: los actos realizados por fuerza y los actos realizados por ignorancia. Los actos por fuerza son aquellos en los que el principio de acción se encuentra fuera del agente, como cuando alguien es obligado físicamente a actuar de una cierta manera. Por ejemplo, si una persona es empujada por una tormenta o es coaccionada para cometer una acción, el acto no puede considerarse voluntario. La coacción elimina la agencia del individuo, lo que implica que este no es moralmente responsable por sus acciones en tales casos.

En cuanto a los actos realizados por ignorancia, estos ocurren cuando el agente no tiene conocimiento de las circunstancias particulares de la acción. Para que un acto realizado por ignorancia sea considerado involuntario, el agente debe experimentar pesar o arrepentimiento una vez que descubre la verdadera naturaleza de su acción. Si una persona actúa por ignorancia pero no siente remordimiento al descubrir las consecuencias de su acción, entonces el acto podría considerarse más bien no voluntario, es decir, ni completamente voluntario ni involuntario, sino intermedio entre ambos.

Aristóteles también introduce el concepto de actos mixtos, que son aquellos en los que hay cierto grado de coacción o presión externa, pero el agente aún tiene una elección. Por ejemplo, si una persona arroja carga al mar durante una tormenta para salvar su vida, el acto está coaccionado por la necesidad de supervivencia, pero aún se realiza voluntariamente en cierto sentido. En tales casos, aunque la acción es forzada por las circunstancias, el agente realiza una elección consciente dentro de esas limitaciones, por lo que el acto no es completamente involuntario (Aristóteles, 1985, pp. 182-186).

Consecuencias Éticas de la Distinción entre Actos Voluntarios e Involuntarios

La distinción entre actos voluntarios e involuntarios tiene profundas implicaciones éticas. Aristóteles argumenta que solo los actos voluntarios son objeto de alabanza o censura moral, ya que estos reflejan la voluntad consciente y deliberada del agente. En otras palabras, las acciones voluntarias son aquellas que revelan el carácter moral de una persona y, por lo tanto, son las que se consideran cuando se evalúa la virtud o el vicio de un individuo.

Por otro lado, los actos involuntarios no son moralmente atribuibles al agente de la misma manera que los actos voluntarios. Si una persona actúa por fuerza o ignorancia, no se le puede responsabilizar moralmente de la misma manera que si actuara voluntariamente. Por ejemplo, si alguien es obligado a realizar una acción bajo coacción extrema, no se le puede censurar moralmente por ello, ya que la acción no es producto de su voluntad.

En cuanto a los actos realizados por ignorancia, Aristóteles establece que la ignorancia de las circunstancias particulares de una acción puede excusar al agente de responsabilidad moral. Sin embargo, Aristóteles también advierte que no toda ignorancia es excusable. Si una persona actúa por ignorancia debido a negligencia o falta de diligencia en adquirir el conocimiento necesario para tomar decisiones correctas, entonces su ignorancia no excusa el acto. En tales casos, el agente es moralmente responsable, ya que su ignorancia es el resultado de su propia falta de cuidado.

Aristóteles también señala que los actos voluntarios son aquellos que se originan en la deliberación y la elección racional. Esta idea está íntimamente conectada con su teoría de la virtud, ya que la virtud ética se expresa a través de elecciones correctas. Para Aristóteles, la virtud no se manifiesta solo en las acciones mismas, sino en la razón que guía esas acciones. Por lo tanto, la deliberación prudente es esencial para actuar virtuosamente. Los actos involuntarios, al no ser productos de la deliberación y la elección, no pueden ser considerados como manifestaciones de virtud o vicio.

Primera página de la edición de 1566 de la Ética nicomaquea en griego y latín.
Primera página de la edición de 1566 de la Ética nicomaquea en griego y latín.

Aristóteles establece que la evaluación ética de una acción depende de si el acto es voluntario o involuntario. Solo los actos voluntarios, aquellos que surgen de la deliberación y el control consciente del agente, son objeto de juicio moral. Esta distinción es fundamental para la teoría ética de Aristóteles, ya que conecta la virtud con la capacidad del individuo para tomar decisiones racionales y deliberadas. (Ética a Nicómaco, Libro III, todos los capítulos)

Bibliografía:

Aristóteles, "Ética a Nicómaco" - Editorial Gredos España - 1985.

- Guariglia, O. La ética en Aristóteles (Cap. 5, 10 y 11).

- Gómez-Lobo, A. (1998). Exposición breve de la ética aristotélica. Estudios Públicos, 71.

- MacIntyre, A. Tras la virtud (Cap. 12: Las virtudes según Aristóteles).

- Ross, W. D. (n.d.). Aristóteles (Cap. VII: Ética).