¿Ciencia o fábula?: La psicología y el ser humano

Introducción

José Bleger, psicoanalista y psicólogo argentino, ocupa un lugar destacado en el estudio de la psicología, particularmente por su enfoque crítico hacia las metodologías que tratan de comprender el comportamiento humano. En su obra Psicología de la Conducta (1963), Bleger pone de manifiesto la necesidad de abordar al individuo desde una perspectiva holística, integrando no solo las dimensiones conscientes e inconscientes de la psique, sino también los factores históricos, sociales y culturales que influyen de manera decisiva en su desarrollo. Su análisis va más allá de las explicaciones reduccionistas o meramente biológicas del comportamiento, argumentando que una comprensión auténtica del ser humano no puede darse de manera aislada, desligada de su contexto.

El problema que plantea Bleger es de una relevancia central para la psicología contemporánea: ¿cuáles son los efectos de abordar al ser humano desde concepciones antropológicas ahistóricas y aculturales? Este interrogante subraya las tensiones existentes en las ciencias de la conducta, donde a menudo se reduce al ser humano a un ente abstracto, separado de sus circunstancias y determinaciones socioculturales. Bleger, con un enfoque que dialoga con la crítica filosófica, advierte sobre los riesgos de este tipo de aproximaciones, que pueden generar distorsiones en el análisis psicológico al ignorar el carácter intrínsecamente histórico del sujeto.

En este contexto, se trabajarán conceptos fundamentales como la conducta, el inconsciente —siguiendo el desarrollo freudiano— y el dualismo mente-cuerpo, un problema filosófico que ha permeado la reflexión sobre la naturaleza humana desde Platón y Descartes hasta el presente. Asimismo, se analizarán las diferencias entre las principales corrientes psicológicas, como el conductismo de Watson, el psicoanálisis, y la Gestalt, que representan enfoques divergentes y, en muchos casos, complementarios para el estudio del comportamiento humano.

Conductismo, psicoanálisis y Gestalt

Para Bleger, la conducta ha sido objeto de estudio desde todas las perspectivas psicológicas posibles. En sus primeras etapas, la psicología se centraba en la consciencia, llevando al ser humano a una introspección profunda, lo que finalmente derivó en el psicoanálisis. Este enfoque, aunque fascinante, es difícil de verificar mediante un método científico riguroso. Por el contrario, los enfoques más empíricos, como el conductismo, propusieron que la conducta debería centrarse en lo que puede observarse: los actos y palabras del individuo. En este marco, lo que es observable es lo que es medible, y lo que es medible puede convertirse en objeto de estudio.

El conductismo, y más precisamente la teoría de Watson, sostiene que la conducta humana es el resultado de estímulos externos que generan respuestas en el individuo. Estos estímulos son procesados por el aparato fisiológico, y las respuestas que se generan son lo que llamamos conducta. Watson defiende la idea de que estas respuestas son rastreables y pueden ser archivadas y estudiadas, lo que finalmente permitiría a la psicología ser reconocida como una ciencia objetiva. En este sentido, el conductismo busca eliminar cualquier noción mística o filosófica de la psicología, centrando el estudio en hechos concretos y medibles.

Por otro lado, el psicoanálisis, en marcado contraste con el conductismo, sostiene que es necesario indagar en la historia personal del sujeto para comprender su comportamiento. Freud argumenta que el inconsciente juega un papel crucial en la conducta humana, y que este no puede ser ignorado. Para el psicoanálisis, las conductas no son simples respuestas a estímulos, sino expresiones de deseos, miedos y conflictos internos que, en muchos casos, ni siquiera son conscientes para el propio sujeto.

La teoría Gestalt ofrece una especie de síntesis entre estas dos corrientes. La Gestalt pone el foco en la percepción, especialmente en cómo el individuo percibe y organiza la información de su entorno. Esta corriente subraya que el ser humano no responde simplemente a estímulos externos ni está completamente determinado por su inconsciente; más bien, su comportamiento surge de una interacción compleja entre su percepción del mundo, su cuerpo físico y su entorno social. La Gestalt reconoce que el comportamiento no puede ser fragmentado en respuestas aisladas, sino que debe entenderse como un todo organizado, donde cada parte tiene sentido en relación con las demás.

El dualismo mente-cuerpo 

El dualismo entre mente y cuerpo, una idea que ha estado presente desde los tiempos de Platón y que Descartes formuló con mayor rigor, sigue siendo un tema de debate en las ciencias de la conducta y la salud. A lo largo de los siglos, ha habido intentos de superar esta dicotomía, pero la tensión persiste. En esencia, seguimos enfrentándonos a la división entre lo físico y lo mental, lo tangible y lo intangible. Y esta división no es meramente teórica; tiene implicaciones prácticas significativas.

Cuando hablamos de salud física, nos movemos en un terreno más seguro: la medicina ha avanzado significativamente en su capacidad para diagnosticar y tratar enfermedades físicas. Podemos curar un resfriado o una fractura de peroné con los medios adecuados. Pero, ¿qué ocurre con la salud mental? Aquí las cosas se complican. No podemos observar ni medir directamente la mente o la psique de una persona de la misma manera que observamos y medimos su cuerpo. Como bien señala el autor, este dualismo nos confronta con la paradoja de una ciencia que avanza en el estudio de lo físico, pero que sigue tropezando con los límites de lo mental.

Freud nos dejó un legado ineludible: el inconsciente, esa parte incontrolable de nuestra mente que continúa influyendo en nuestras vidas de maneras que aún no comprendemos del todo. Y mientras las ciencias de la conducta y la salud avanzan, seguimos en esta dualidad. A pesar de los avances tecnológicos, seguimos sin poder dar una explicación completa a fenómenos como la depresión o la ansiedad, porque estos no pueden ser reducidos a simples problemas fisiológicos.

Aunque la ciencia ha logrado progresos importantes, el dualismo mente-cuerpo sigue siendo una frontera que aún no hemos logrado superar del todo. Continuamos buscando respuestas, avanzando tímidamente hacia una comprensión más integral del ser humano, pero sabiendo que el camino por delante es largo y lleno de interrogantes.


Psicología y Filosofía

Al reflexionar sobre las complejidades de la salud mental, es inevitable reconocer que este campo va más allá de las explicaciones científicas tradicionales o los modelos clínicos. El ser humano, en su totalidad, no puede ser reducido a una serie de respuestas fisiológicas o a simples esquemas de comportamiento. La salud mental abarca una dimensión profundamente filosófica, en la que confluyen elementos éticos, ontológicos y epistemológicos. José Bleger, al advertir sobre los peligros de una visión ahistórica y acultural del sujeto, nos recuerda la importancia de considerar el contexto sociocultural y las experiencias históricas en la comprensión de las patologías psíquicas. Este llamado al rigor teórico y metodológico en psicología revela, de fondo, un desafío epistemológico que también compete a la filosofía: la necesidad de comprender al ser humano desde su complejidad irreductible.

La filosofía se ha ocupado de problematizar la relación entre mente y cuerpo, entre lo que es visible y lo que escapa a la percepción directa. Platón ya planteaba en sus diálogos la idea de un conocimiento que trasciende la simple observación empírica, de una realidad más profunda que se revela solo a través de la reflexión. En la psicología, este dilema resurge en el debate sobre la naturaleza del inconsciente, sobre la dualidad entre la conducta observable y los procesos internos que la condicionan. Al igual que en el campo filosófico, la salud mental no puede resolverse mediante un enfoque exclusivamente empírico; requiere, más bien, una apertura a lo complejo, a lo invisible, a lo que aún no se comprende por completo.

La salud mental se presenta como un espacio en el que la ciencia y la filosofía convergen, cada una aportando herramientas para desentrañar las múltiples capas del sufrimiento humano. La filosofía, en su capacidad para cuestionar lo dado y plantear nuevos horizontes de sentido, puede contribuir a repensar los límites y alcances de la psicología, ofreciéndole marcos conceptuales que trasciendan las explicaciones meramente mecánicas del comportamiento. Así, una psicología que integre la reflexión filosófica es aquella que reconoce la imposibilidad de una comprensión total del ser humano, pero que, a pesar de ello, no renuncia a seguir buscando respuestas.

Este diálogo entre filosofía y psicología nos invita a reconsiderar el modo en que abordamos la salud mental, a replantear la pregunta sobre qué significa estar sano o enfermo en términos psíquicos. La noción misma de "sanidad" o "enfermedad" es, en última instancia, una construcción cultural, cargada de valores y normativas que deben ser sometidas a un análisis crítico. ¿Es posible entonces concebir una salud mental que no sea meramente la ausencia de trastornos, sino la realización de una vida plena y consciente? ¿Puede la psicología, con el apoyo de la filosofía, responder a la cuestión fundamental de qué significa ser un ser humano libre y autónomo en un mundo que, a menudo, parece negarnos esa libertad?

Al final, la cuestión que emerge no es simplemente cómo curar una patología, sino cómo habitar plenamente nuestra humanidad. Y aquí surge la pregunta inevitable: ¿Qué tan lejos estamos de conocernos a nosotros mismos, cuando la verdad parece siempre evadirse justo en el momento en que creemos haberla alcanzado?

Bibliografía:

- Bleger, José. Psicología de la conducta. Edición revisada y ampliada en 1968, Buenos Aires: Paidós. 1963.

Capra, Fritjof. El Punto Crucial. Publicado por Harper & Row. 1982.