Desde Pitágoras hasta Spotify

Un Viaje desde el Origen

Hablar de la música no es simplemente recorrer el sonido, sino penetrar los misterios que ese sonido despierta en el ser humano. Desde los tiempos más remotos, la música ha estado íntimamente ligada a la naturaleza del hombre y su manera de experimentar el mundo. Como señala el gran filósofo Pitágoras, la música es una manifestación del "cosmos ordenado", una expresión armónica de las matemáticas universales que gobiernan tanto los astros como el alma humana. Este post busca explorar la historia de la música desde una perspectiva filosófica, examinando cómo ha sido entendida a lo largo del tiempo, especialmente a través de fuentes primarias y reflexiones que conectan este arte con nuestra condición existencial.

Música y Mito

El origen de la música se encuentra inmerso en los mitos. Las antiguas civilizaciones atribuyeron a los dioses el regalo de la música. Según el mito griego, fue Orfeo quien, con su lira, pudo domar las bestias y calmar las almas atormentadas. En este punto, encontramos el primer indicio de que la música no es un simple adorno, sino una fuerza poderosa, capaz de transformar la realidad.

Platón, en su obra La República, discute cómo la música afecta directamente el alma y las emociones. Para él, la música debía ser regulada en su ideal de polis perfecta, ya que podía inclinar a los ciudadanos hacia el caos o la virtud, dependiendo de los modos musicales que se tocaran. Platón veía en la música una herramienta para modelar el carácter de las personas, sugiriendo que la armonía en la música reflejaba la armonía en el alma. Es decir, la música no solo describe al mundo, sino que lo moldea, lo crea.

Aquí emerge una primera reflexión filosófica: ¿es la música un medio pasivo, una representación de la naturaleza, o es un agente activo en la construcción de lo que entendemos como realidad?

Música y Matemáticas

Siguiendo la línea de pensamiento pitagórica, es en los números y las proporciones donde la música encuentra su verdadera esencia. Para los pitagóricos, la armonía del cosmos, la música de las esferas, era una metáfora de cómo los números gobiernan la realidad. Los intervalos musicales, descubiertos al tensar una cuerda, correspondían a proporciones matemáticas simples como el 2:1 (la octava) o el 3:2 (la quinta). Pitágoras y sus seguidores comprendían que la música no era solo sonido agradable, sino la manifestación audible del orden cósmico.

En este sentido, podríamos preguntarnos, ¿la belleza en la música es meramente subjetiva, o se basa en principios universales que trascienden nuestra percepción individual? Es una cuestión que sigue viva hoy en día, y que filósofos como Schopenhauer y Nietzsche retomaron siglos más tarde.

La Música en el Pensamiento Moderno

Al adentrarnos en la modernidad, la música comienza a ser vista como un fenómeno más interno, emocional y menos "objetivo" en términos cosmológicos. Descartes, a pesar de ser el filósofo del método y de la razón, reconoció en la música una ciencia, pero también un arte ligado a la emoción humana. En su tratado Compendium Musicae, Descartes intentó explicar cómo los sonidos afectan nuestra mente de manera casi matemática, pero no pudo evitar reconocer que la música evocaba una profundidad emocional que escapaba a la lógica estricta.

Schopenhauer llevó este concepto aún más lejos. Para él, la música no era una mera representación del mundo, como lo eran las artes plásticas o la poesía. La música, según su filosofía, era una manifestación directa de la voluntad, aquella fuerza irracional y universal que subyace a toda existencia. Al escuchar música, no simplemente interpretamos formas del mundo, sino que nos conectamos con esa energía primordial que impulsa la vida. En palabras de Schopenhauer, la música es "una copia directa de la voluntad misma", una ventana hacia lo más profundo de nuestra naturaleza.

Aquí surge un contrapunto esencial con los filósofos de la antigüedad: si para Platón la música debía ser orden y forma, para Schopenhauer es caos, emoción pura, expresión de una realidad que no se puede controlar. ¿Es entonces la música un lenguaje del orden cósmico o del caos que nos habita?

La Música: Entre la industria y el arte

Con la llegada de la era moderna y los avances tecnológicos, la música ha sufrido transformaciones radicales. En particular, el siglo XX trajo consigo la "democratización" de la música gracias a la grabación y distribución masiva de obras. Ahora, la música se encuentra en todos lados, es accesible a todos, y esto ha generado un debate crucial: ¿ha perdido la música su aura especial al volverse tan común, o, por el contrario, es ahora más poderosa que nunca debido a su capacidad de llegar a millones de personas simultáneamente?

Filósofos contemporáneos como Theodor Adorno observaron este fenómeno con cierta nostalgia. Para Adorno, la música popular, reproducida y distribuida en masa, había perdido parte de su esencia transformadora. En su visión crítica, la industria cultural había convertido la música en un producto de consumo, despojándola de su potencial para criticar y transformar la realidad. Adorno se lamentaba de que la música se había banalizado, volviéndose un mero entretenimiento.

Sin embargo, otros pensadores sostienen que la accesibilidad de la música ha permitido nuevas formas de expresión, más democráticas y diversas. A través de la música popular, géneros como el jazz, el rock y el hip-hop han servido para dar voz a movimientos sociales, políticos y culturales. El filósofo argentino José Pablo Feinmann, por ejemplo, ve en el rock un medio de resistencia cultural, una forma de subvertir las normas y cuestionar el orden establecido.

Tango y Candombe

Desde la óptica rioplatense, la música ha sido siempre una forma de narrar la vida en los márgenes, una resistencia frente a los centros de poder. El tango y el candombe, dos géneros que emergen en las calles de Montevideo y Buenos Aires, son testimonios de cómo la música puede ser tanto una afirmación de identidad como un medio de expresión de la melancolía existencial.

El filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira, en su obra Moral para intelectuales, reflexiona sobre la música como un espacio donde el individuo puede encontrarse consigo mismo en medio de la alienación moderna. Para Vaz Ferreira, la música no es simplemente entretenimiento, sino una forma de meditación sobre el ser y el devenir. Escuchar tango, para muchos uruguayos, es escuchar el eco de sus propias vidas, una música que, como diría Nietzsche, "nace del sufrimiento, pero que a través del arte se transforma en belleza".

¿Música?

La música, en su esencia más pura, sigue siendo una de las expresiones más universales de la condición humana. Ha sido utilizada tanto para liberar como para someter, para emocionar y para controlar. Desde las proporciones matemáticas de Pitágoras hasta la creación sonora digital contemporánea, la música ha sido un puente entre el orden y el caos, entre lo racional y lo emocional. A través de ella, los seres humanos han intentado capturar lo que es intangible, lo que está más allá de las palabras, y a menudo han encontrado en sus notas y silencios un eco de lo inexplicable.

Es, quizás, esta tensión entre el entendimiento racional de la música y su poder misterioso lo que nos confronta con preguntas profundas sobre nuestra existencia. ¿Es la música un lenguaje universal que trasciende culturas y épocas? ¿O es simplemente un reflejo de nuestras experiencias más subjetivas y particulares?

Si algo está claro es que la música, en sus múltiples formas, sigue siendo una herramienta para explorar lo que significa ser humano. Nos conecta, nos desafía, y nos confronta con lo inefable, con aquello que las palabras no logran expresar. La música no solo acompaña nuestra vida, sino que la moldea y la interroga en un nivel profundamente existencial.

Entonces, la pregunta persiste: ¿es la música la voz de lo que no podemos entender o simplemente una forma más de intentar darle sentido a lo incomprensible?