El arte del olvido: dunas, diagonales y la batalla contra el tiempo
En un cruce de caminos desiertos, en la periferia del todo y de la nada, yace una ciudad balneario poco poblada, de dunas extensas y espuma en la orilla del mar. También hay una diagonal, conocida por los baqueanos como la "diagonal del olvido". Esta diagonal no posee ni nombre ni número. Sobre uno de los terrenos baldíos, se erige una casa frecuentada por aquellos que desean dejar atrás deudas, amores, familiares, e incluso presidentes.
El señor Johnson, miembro de la Hermandad de las Dunas, mítica congregación de vecinos, un día me invitó a una guitarreada cerca de ese lugar.
En un momento indeterminado, quizás en un lapso entre el pasado y el presente, una muchacha de pelo naranja cruzó nuestro camino. Su presencia me impactó profundamente. Fue verla y enamorarme instantáneamente. Johnson, desconcertado, no comprendía cómo podía suceder tal cosa, ya que para él, el único amor verdadero era el primer amor.
Mientras continuábamos nuestra caminata y conversación, llegamos a las tres esquinas de la diagonal del olvido.
"Quiero irme", dije. Evidentemente, no deseaba olvidar ese pelo. Sin embargo, Johnson insistió en tocar una serenata en esa casa del terreno baldío. Me contó que una noche anterior, había conocido a una señorita que le había dado indicaciones similares a estas.
Johnson, apurado, comenzó a tocar "Air in G Minor" de Bach. Yo, en cambio, corrí en la dirección opuesta, aferrándome a ese recuerdo, a esa imagen del pelo naranja, de lentes cubriendo ese vacío, evitando perder la memoria, rehusando caer en las garras del olvido.
Meses después, vi a Johnson de la mano de una muchacha de largos vestidos y cabello negro. No me reconoció, pero aun así le pregunté cómo estaba.
Aseguró sentirse completo. No se daba cuenta de que las muchachas de la diagonal del olvido eran muchas. Para él, la primera que estuviera dispuesta a salir era la elegida.
Johnson prefería vivir el presente como algo supremo. No importaba quién o qué estuviera en ese momento; lo esencial era la existencia misma. Para él, todo muere. Y en cierta medida, la vida es así. Dormir es morir en conciencia pero vivir en inconsciencia. Y cuando la conciencia renace, vemos la esperanza de un nuevo día.
El olvido es una parte intrínseca del tiempo. El tiempo no es arte. El arte, en cambio, es inmortalidad.