El VAR filosófico de la cantina del Roberto FC
Era una noche fría en la ciudad balneario, y como siempre, Obdulio Maldonado, el regio y adusto "centrojá" del Roberto FC, entró a la cantina del club. Allí estaba el cantinero mudo, secando un vaso con la misma paciencia digna de un estoico. En una esquina, Sócrates, envuelto en su túnica gastada y con una mirada que decía "hoy voy a preguntar algo incómodo", parecía estar esperando algo más que una cerveza.
Obdulio, ya con un par de copas encima, soltó lo primero que se le ocurrió:
—Hola, buenas noches. Qué tal. Sabés qué me rompe las pelotas, Sócrates? Que la gente ya no se abre con los amigos, todos van directo a garpar un psicólogo. ¿Para qué? Si lo único que necesitás es que alguien te escuche y te diga que sos un gil, pero con cariño. No que te salgan con que "no cerraste un ciclo". ¡Un ciclo! ¡¿Qué mierda es un ciclo?!
Sócrates, que nunca perdía la oportunidad de iniciar un diálogo, sonrió, tomando un sorbo de su copa.
—Obdulio, me permitís preguntarte algo? —dijo con voz calmada—. Cuando hablás de ciclos, ¿cómo sabés que debías cerrarlo si no entendés bien qué es lo que nunca terminaste? ¿Cómo podés estar seguro de que tu error no es haber cerrado algo que en realidad debías mantener abierto?
Obdulio frunció el ceño, medio confundido y medio molesto.
—¡Eso es lo que me jode, Sócrates! Todos vienen con esas preguntas raras que te hacen dudar más. Pero... no sé, ¿acaso no todos vivimos esos ciclos? Digo, nacemos, crecemos, nos rompemos alguna vez, ¿no es así?
Sócrates, con una sonrisa socarrona, lo miró de reojo y su expresión fue la de "¿para qué me invitan si saben como me pongo?":
—Entonces, Obdulio, ¿dirías que el ciclo de la vida es inevitable? ¿Que no importa lo que hagamos, estamos todos atrapados en ese ciclo?
—Y... sí, me parece que sí. Todos pasamos por lo mismo, ¿no?
—Bien. Entonces, si todos estamos atrapados en el mismo ciclo, ¿cómo explicás que algunos parecen felices y otros no? ¿Acaso los que son felices han cerrado correctamente sus ciclos, mientras los otros no? O tal vez, querido Obdulio, no existe tal cosa como un ciclo que deba cerrarse. Quizás el error es pensar que hay algo que cerrar.
Obdulio se quedó mirándolo.
—Pará, pará... ¿me estás diciendo que quizás todo eso de los ciclos es un invento? ¿Entonces por qué mierda todos insisten en decirme que no cerré uno? ¿No será que es más fácil ponerle nombre a las cagadas que hicimos y seguir adelante?
—Ah, Obdulio —respondió Sócrates, poniéndose más serio—. Vos mismo lo dijiste. Buscamos respuestas simples para los problemas complejos, algo fácil que nos permita sentir que tenemos el control. Pero, ¿cómo podemos saber si realmente tenemos el control, o si solo estamos jugando con las palabras? Decime, ¿sabés con certeza si algún ciclo fue cerrado, o si tan siquiera existía para empezar?
El "centrojá" del Roberto FC se quedó en silencio, un silencio espeso, como si de repente alguien hubiera cortado la luz en la mitad de un partido en horario nocturno. Miró su vaso, buscando alguna verdad entre las burbujas del último sorbo de cerveza.
—Mirá, Sócrates... vos me estás llevando a un lugar donde no tengo ni idea de lo que está pasando. ¿Me estás diciendo que ni siquiera puedo estar seguro de que esto de los ciclos es real?
Sócrates sonrió:
—Eso es lo que te pregunto, Obdulio. Tal vez lo importante no es si cerraste o no un ciclo, sino por qué creés que debías cerrarlo. Y quizás, al final, la vida no es más que una sucesión de preguntas que nunca se cierran.
El cantinero mudo, que había estado siguiendo la conversación con su habitual y sabia quietud, dejó otro vaso sobre la barra, como si aquel simple gesto fuera su forma de asentir. Obdulio soltó una carcajada, golpeando la mesa.
—Sos un hijo de puta, Sócrates —dijo, levantando su vaso—. Me dejaste más confundido que antes, pero brindemos igual. Al menos ya sé que no tengo que cerrar ningún ciclo para pedir otra cerveza.
Sócrates levantó su copa también, con una sonrisa de satisfacción, observando cómo la conversación había tomado un giro inesperado. En la cantina del Roberto FC, entre el eco de risas y el silencio imperturbable del cantinero, quedó claro que la verdadera sabiduría no reside en alcanzar respuestas definitivas, sino en la maestría de cuestionar sin cesar. Porque, al fin y al cabo, la filosofía es un juego eterno en el que todo lo que parece necesario se convierte en el blanco perfecto para nuestra duda interminable. Así que, a pesar de nuestras ansias de certezas, lo único que realmente importa es el arte de seguir preguntando, sabiendo que el verdadero premio es aceptar que, en el fondo, las respuestas siempre se nos escapan, como el último sorbo de cerveza en una copa que nunca se vacía del todo.