Cuando el alba se vuelve sangre: el último acto de Eos y Orión
Eos, diosa del alba y hermana de Helios, poseía una belleza tan deslumbrante que podía atraer a cualquier ser, mortal o inmortal, a su lecho en el horizonte donde el mar se encuentra con el cielo. Cuando afirmo cualquier ser, me refiero sin excepción, pues no solo hipnotizaba a los transeúntes, sino que ningún Dios le escapaba. Todo cambió cuando, casi por azar, conoció a Orión, hijo de Poseidón, Señor de los Mares, y Gea, Diosa de la Tierra.
Orión, en uno de los tugurios cerca de la acrópolis de Creta, bebía néctar de guayaba con sus amigos. Vanidoso y convencido de su capacidad para exterminar toda vida en la Tierra y el Mar – y con el don paternal de caminar sobre las aguas –, se paseaba de isla en isla blandiendo su espada.
Al enterarse de sus presunciones, los Dioses del Olimpo convocaron a Eos para que lo eliminara. Argumentaron que ella, lujuriosa pero sin corazón, tenía la habilidad de involucrarse rápidamente con cualquiera. Así, fue elegida para la tarea.
En la antigua Grecia, el destino estaba en manos de las Moiras, y nada podía alterarlo. Eos no tenía otra opción.
Un día, mientras paseaba por el horizonte, Orión encontró a Eos, y ella se enamoró profundamente; una rareza para una Diosa que recién liberaba a Céfalo de su cautiverio amoroso. Orión, sin vacilar, se entregó a Eos y se enamoró perdidamente. Comenzó a recoger flores de las alturas y a ofrecerle frutos celestiales, llenando su vida de regalos cósmicos. Eos, cautivada, sabía que debía matarlo por mandato divino. Su carácter cambió, consciente de la proximidad de la fatalidad, despertando la sospecha en Orión.
Orión contrató a Alnitak, un sirviente, para que la vigilara mientras él paseaba por el Tirreno. Alnitak descubrió que los Dioses habían ordenado la muerte de su amo, y que Eos sería la ejecutora.
Una tarde, en la casa de Eos, los amantes se encontraban en el lecho, disfrutando del último acto de su amor.
Ella sabía que era el último encuentro.
De repente, se oyeron gritos en los pasillos. Alnitak advertía al dios que se alejara, pues Eos iba a matarlo. En un ágil movimiento, Eos tomó la espada de Orión y la hundió en su corazón. No solo murió él, sino también el amor que ella sentía, condenándola a seguir una vida de soltería implacable.
Alnitak, al ver la muerte de su amo, escuchó de Eos: "La espada de Orión que vigila a Alnitak", y juró matarlo si hablaba.
Eos, sabiendo que aún en la certeza del destino había un toque de injusticia, se conformó con inmortalizar su nombre en una constelación y asignó a la estrella más cercana a la espada el nombre de Alnitak, para recordarle al sirviente que siempre estaría observándolo.