¿Existe la Naturaleza Humana?

Un diálogo filosófico entre Noam Chomsky y Michel Foucault

En 1971, en un contexto de agitación social a nivel global, la televisión holandesa organizó una serie de debates que pasarían a la historia no solo por la talla de los participantes, sino por la profundidad de las ideas que se discutieron. El evento culminante fue, sin duda, el enfrentamiento intelectual entre dos de los más grandes pensadores de la segunda mitad del siglo XX: Noam Chomsky y Michel Foucault. La pregunta que los reunió fue tan ambiciosa como fundamental: ¿qué es la naturaleza humana?

Este debate, celebrado en la Universidad Tecnológica de Eindhoven, permanece como un referente clave en las discusiones contemporáneas sobre filosofía y ciencias sociales. Aunque muchos de los trabajos más influyentes de ambos pensadores aún no se habían publicado (por ejemplo, Vigilar y castigar de Foucault no vería la luz hasta 1975), el diálogo expuso las bases de sus respectivas filosofías. Chomsky, más conocido en ese momento como lingüista que como activista político, defendió una visión racionalista y esencialista de la naturaleza humana, mientras que Foucault, con su enfoque antiesencialista, desmontó críticamente esa perspectiva.

A pesar de que los enfoques de ambos pensadores parecen diametralmente opuestos, el debate no fue simplemente un choque de visiones. Más bien, representó una confrontación entre dos maneras de entender la historia del conocimiento y la sociedad. Chomsky, influenciado por la tradición racionalista cartesiana, aboga por una comprensión de la naturaleza humana como algo innato y universal. Según él, existen estructuras cognitivas comunes a toda la humanidad, lo que posibilita el desarrollo del lenguaje, la cultura y la moralidad. Por otro lado, Foucault desafía esta visión, argumentando que lo que entendemos por "naturaleza humana" es, en última instancia, un constructo histórico y cultural.

Chomsky: Universalidad y racionalismo

Chomsky fundamenta su argumento en la existencia de una gramática universal innata, que subyace a todas las lenguas humanas. Esta idea, que forma la base de su teoría lingüística, es trasladada a otros aspectos de la naturaleza humana. Chomsky postula que, al igual que el lenguaje, otras capacidades humanas como la moralidad y el pensamiento racional son inherentes a nuestra biología. Este planteamiento lo lleva a sugerir que existe una esencia humana compartida que trasciende las diferencias culturales y sociales.

Para Chomsky, estas capacidades innatas permiten que los individuos se realicen plenamente cuando las condiciones sociales lo permiten. Sin embargo, reconoce que las estructuras políticas y sociales, lejos de facilitar esta realización, muchas veces la obstaculizan. En su intervención durante el debate, Chomsky expone que las sociedades modernas tienden a imponer limitaciones que impiden a los individuos seguir su verdadera naturaleza, lo que él considera una desviación de lo que realmente podría ser una sociedad justa y libre.

Este enfoque racionalista está profundamente arraigado en la tradición filosófica occidental, desde Descartes hasta Kant, quienes también veían en la razón una capacidad universal inherente a todos los seres humanos. Chomsky, en este sentido, sigue una larga tradición que busca encontrar principios universales que expliquen el comportamiento humano. Sin embargo, su visión es atacada frontalmente por Foucault, quien ve en ella una trampa esencialista.

Foucault: Poder y construcción histórica

Michel Foucault, en contraposición, argumenta que la idea de una naturaleza humana esencial es problemática, ya que invisibiliza las relaciones de poder que condicionan lo que consideramos "natural". Según Foucault, la noción de naturaleza humana ha sido utilizada a lo largo de la historia como una herramienta para justificar estructuras de dominación y exclusión, desde las instituciones políticas hasta las prácticas discursivas en las ciencias sociales.

Foucault introduce el concepto de biopoder para describir cómo las sociedades modernas, a través de sus instituciones, regulan y normalizan los cuerpos y las conductas de los individuos. En su crítica a Chomsky, Foucault cuestiona la idea de que las ciencias sociales puedan reducir los fenómenos humanos a principios universales. Para él, la humanidad no puede ser entendida como un objeto fijo que trasciende la historia y las culturas, sino como un conjunto de prácticas discursivas y relaciones de poder que varían según el contexto histórico.

Este rechazo a la universalidad está en el corazón del pensamiento foucaultiano. Para Foucault, el conocimiento y el poder están intrínsecamente ligados, y las categorías con las que definimos la "naturaleza humana" son, en última instancia, producidas por las mismas estructuras de poder que controlan a los individuos. "No existe una naturaleza humana universal", afirma Foucault, "sino que lo que llamamos naturaleza humana es, en realidad, una construcción histórica determinada por las fuerzas sociales que predominan en una época determinada".

Foucault lleva este argumento aún más lejos al señalar que las ciencias humanas, lejos de ser neutras, son parte de este dispositivo de poder. Las categorías que usamos para entendernos a nosotros mismos, como la normalidad y la anormalidad, la salud y la enfermedad, no son más que productos de un discurso que tiene por objetivo clasificar y controlar a los individuos. En lugar de buscar una esencia inmutable, Foucault nos invita a investigar las condiciones históricas que han dado lugar a las concepciones actuales de la naturaleza humana.

Universalidad y particularidad

El punto de mayor confrontación entre Chomsky y Foucault surge cuando discuten las implicaciones políticas de sus respectivas posiciones. Chomsky, con su optimismo racionalista, sostiene que la razón humana, una vez liberada de las restricciones impuestas por las estructuras de poder, puede guiarnos hacia una sociedad más justa. Según él, los principios universales de justicia, arraigados en nuestra naturaleza innata, deben ser la base de cualquier orden social legítimo.

Foucault, en cambio, es profundamente escéptico respecto a la posibilidad de una justicia universal. Para él, lo que consideramos "justo" o "injusto" está siempre mediado por relaciones de poder y no puede separarse de los contextos históricos y culturales en los que se produce. En su obra posterior, como en Vigilar y castigar (1975), Foucault explorará cómo las instituciones modernas, como las prisiones y las escuelas, disciplinan los cuerpos y las mentes de los individuos, normalizando ciertos comportamientos y excluyendo otros.

Este escepticismo de Foucault hacia los universales no es un mero rechazo al racionalismo, sino una crítica profunda a las formas en que el poder y el conocimiento se entrelazan para producir verdades aparentemente indiscutibles. Foucault propone que en lugar de buscar principios universales, debemos centrarnos en las formas en que el poder moldea nuestras concepciones del mundo. Para él, la naturaleza humana no es una esencia fija, sino un campo de batalla en el que se enfrentan diferentes fuerzas sociales y políticas.

El debate

El debate entre Chomsky y Foucault sigue siendo relevante hoy en día, ya que plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza del ser humano y las implicaciones políticas de cómo entendemos esa naturaleza. Chomsky, con su enfoque esencialista, busca una base universal sobre la cual construir una teoría de la justicia y la moralidad, mientras que Foucault, con su enfoque histórico y crítico, nos invita a desconfiar de cualquier intento de universalizar la experiencia humana.

En última instancia, este diálogo no puede resolverse fácilmente a favor de uno u otro. Ambos pensadores ofrecen perspectivas valiosas que iluminan diferentes aspectos de la condición humana. Chomsky nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias culturales, existen estructuras comunes que nos conectan como seres humanos, mientras que Foucault nos advierte sobre los peligros de naturalizar lo que es, en realidad, una construcción social e histórica.

Para aquellos interesados en profundizar en los temas debatidos, el diálogo entre Chomsky y Foucault es un recordatorio de la importancia de mantener un enfoque crítico y reflexivo ante las grandes preguntas filosóficas. Como sugiere Foucault, más que buscar respuestas definitivas, tal vez lo más importante sea cuestionar las condiciones que nos llevan a formular esas preguntas en primer lugar.

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