La Filosofía me divierte y mesita: Bertrand Russell
El problema del conocimiento en Bertrand Russell
El primer capítulo de Los problemas de la filosofía de Bertrand Russell aborda una de las cuestiones más fundamentales y complejas de la filosofía: la diferencia entre apariencia y realidad. Este tema ha sido motivo de debate desde la antigüedad, donde filósofos como Platón y Descartes intentaron establecer distinciones claras entre lo que percibimos y lo que realmente es. Russell retoma este debate, proponiendo que nuestras percepciones no siempre reflejan la verdadera naturaleza de las cosas, sino que a menudo están condicionadas por las apariencias sensoriales. La pregunta que estructura este capítulo es:
¿Existe algún conocimiento tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él?
Este cuestionamiento nos enfrenta a la aparente fragilidad de nuestras creencias cotidianas y a la posibilidad de que lo que tomamos como verdad sea, en última instancia, mera apariencia.
La apariencia de lo real
El capítulo "Apariencia y Realidad" de Bertrand Russell aborda uno de los problemas filosóficos más antiguos y fundamentales: la distinción entre lo que percibimos y lo que es real. El problema central radica en la dificultad de separar nuestras percepciones sensoriales –lo que vemos, tocamos, oímos– de la verdadera naturaleza de los objetos que nos rodean. Russell utiliza el ejemplo de una mesa para ilustrar este dilema. Dependiendo del ángulo desde el que observemos, la mesa puede cambiar de color, forma o textura. Esta variabilidad plantea la cuestión: ¿existe una realidad objetiva y estable detrás de estas percepciones cambiantes, o estamos condenados a conocer solo una representación distorsionada del mundo?
El problema que Russell plantea no es trivial. Nos enfrenta a una cuestión profunda y desestabilizadora: ¿Qué es la realidad y qué es la apariencia? Lo que parece ser la realidad cotidiana, accesible a través de nuestros sentidos, puede no ser más que una ilusión o una interpretación sesgada. Este dilema resuena con el escepticismo filosófico, que nos advierte sobre la fiabilidad de nuestras percepciones. En última instancia, el problema no solo es epistemológico –cómo podemos conocer el mundo–, sino también ontológico –qué es realmente el mundo.
Russell muestra que nuestras percepciones son falibles y subjetivas. Las variaciones en lo que vemos dependen de las condiciones externas: la luz, nuestra perspectiva, nuestras expectativas. Por ejemplo, la mesa que parece sólida y estable puede parecer diferente bajo diferentes luces o desde diferentes ángulos. Este constante cambio nos lleva a una inquietud central: ¿Podemos conocer la verdadera naturaleza de los objetos o solo estamos percibiendo una apariencia construida por nuestras limitadas facultades sensoriales?
Este es el corazón del problema filosófico que Russell examina: la incapacidad de confiar plenamente en nuestras percepciones para acceder a la realidad. Así, la apariencia se presenta como un filtro que se interpone entre nosotros y el mundo, dejándonos en un estado de incertidumbre sobre lo que realmente existe más allá de nuestros sentidos.
La dificultad del conocimiento cierto
La reflexión de Russell sobre la mesa no es solo una discusión sobre los detalles perceptivos; es una entrada al más amplio problema del conocimiento. Si nuestras percepciones son cambiantes y dependientes de factores externos, ¿cómo podemos estar seguros de que algo que vemos o tocamos realmente existe de la forma en que lo percibimos? ¿Es posible alguna certeza en nuestras creencias sobre el mundo?
Russell argumenta que, si bien nuestras percepciones nos dan información sobre cómo los objetos aparecen ante nosotros, no nos proporcionan acceso directo a la realidad en sí misma. Esto lleva a una tensión filosófica clásica entre la apariencia y la realidad. Siguiendo el pensamiento de filósofos como Platón, que distinguía entre el mundo sensible y el mundo de las Ideas, Russell sugiere que nuestra experiencia sensorial es, en cierto sentido, engañosa o incompleta. Lo que vemos y experimentamos es una versión filtrada de la realidad, no la realidad misma.
Aquí surge una pregunta crucial: si lo que percibimos son apariencias, y estas apariencias pueden ser inexactas o incluso ilusorias, entonces, ¿cómo podemos llegar a conocer la verdadera naturaleza del mundo? Esta pregunta no es meramente teórica; tiene implicaciones prácticas para la ciencia, la filosofía y la vida cotidiana. Si nuestras percepciones están siempre mediadas por factores subjetivos, entonces cualquier conocimiento basado en esas percepciones está en peligro de ser erróneo o incompleto.
Los argumentos de Russell
Russell estructura su argumento en torno a la relación entre la percepción sensorial y la realidad objetiva. El primer argumento que presenta es la subjetividad de las percepciones. A través del ejemplo de la mesa, muestra cómo diferentes personas pueden percibir el mismo objeto de maneras distintas dependiendo de su ángulo de visión, la luz, o el estado de sus sentidos. Esto sugiere que lo que percibimos es una construcción subjetiva, y no necesariamente una representación fiel de la realidad.
El segundo argumento clave es la limitación de los sentidos. Russell enfatiza que los sentidos humanos son susceptibles de error. La vista puede ser engañada por ilusiones ópticas, el tacto puede variar según la presión aplicada, y la percepción del color puede depender de la iluminación. Todo esto demuestra que los sentidos, aunque son nuestra principal fuente de información sobre el mundo, no son completamente fiables. Russell cita ejemplos históricos, como el idealismo de George Berkeley, quien sostuvo que los objetos no existen fuera de la percepción que tenemos de ellos. Para Berkeley, la realidad es una construcción mental, una serie de ideas en la mente de Dios. Russell, sin llegar a esta conclusión extrema, reconoce que nuestras percepciones no reflejan la realidad última de los objetos.
Un tercer argumento importante es la duda filosófica como método. Russell subraya la importancia de la duda como una herramienta para investigar la naturaleza de la realidad. Siguiendo la tradición cartesiana, sostiene que debemos cuestionar nuestras percepciones y suposiciones cotidianas para acercarnos a la verdad. Si no somos escépticos respecto de lo que vemos y sentimos, corremos el riesgo de aceptar ilusiones como realidades. En este sentido, la duda no es un fin en sí misma, sino un medio para descubrir lo que subyace a nuestras percepciones.
Russell también menciona el escepticismo materialista, es decir, la idea de que la existencia de la materia puede ser negada sin caer en el absurdo. A través de este argumento, Russell muestra que incluso algo tan básico como la existencia de objetos físicos puede ser cuestionado filosóficamente. La mesa, que parece tan sólida y real, podría no existir tal como la percibimos. Sin embargo, Russell no sostiene una postura radical al respecto, sino que utiliza este argumento para reforzar su tesis de que las percepciones no son siempre fiables y deben ser sometidas a examen.
El mundo de las ideas y el mundo sensible
El problema que Russell plantea resuena con la famosa alegoría de la caverna de Platón, donde los prisioneros solo pueden ver sombras proyectadas en una pared, creyendo erróneamente que esas sombras son la verdadera realidad. En la filosofía platónica, el mundo sensible –el mundo de las percepciones– es siempre un reflejo imperfecto de un mundo superior de Ideas puras, inmutables y verdaderas. De manera similar, Russell nos invita a cuestionar si lo que percibimos en el mundo físico es realmente la totalidad de la realidad, o simplemente una versión limitada y parcial.
Para Platón, el conocimiento verdadero solo puede alcanzarse al trascender el mundo sensible y acceder al reino de las Ideas, donde la realidad es inmutable y perfecta. Russell, aunque no propone un dualismo tan marcado, sí sugiere que la realidad subyacente es diferente de lo que nuestros sentidos nos muestran. La verdadera mesa, como la verdadera forma de cualquier objeto, podría no ser accesible a través de nuestras percepciones sensoriales, sino solo mediante una reflexión crítica y filosófica.
Esta distinción entre apariencia y realidad no solo pone en duda la veracidad de nuestras percepciones, sino que también desafía la posibilidad misma de alcanzar un conocimiento cierto. Si nuestras percepciones sensoriales son tan maleables y sujetas a variaciones, ¿cómo podemos estar seguros de algo? ¿Estamos condenados a vivir en un mundo de sombras, donde lo real permanece siempre fuera de nuestro alcance, como lo sugirió Platón en su mundo de las Ideas?
El espejismo del conocimiento
Russell nos deja en una encrucijada filosófica: por un lado, nuestras percepciones nos permiten interactuar y navegar en el mundo; por otro lado, estas mismas percepciones nos pueden estar engañando. La apariencia de la realidad, tal como la experimentamos, es solo una representación imperfecta y parcial de una verdad que puede ser mucho más compleja y esquiva.
Este escepticismo sobre la posibilidad de un conocimiento certero nos lleva a replantear nuestras creencias sobre el mundo y a desconfiar de las verdades aparentemente obvias. Si, como Russell sugiere, nuestras percepciones no son más que apariencias, entonces el conocimiento que obtenemos a partir de ellas es frágil y provisional.
En última instancia, la pregunta que subyace a todo esto es profundamente platónica: ¿Existe un mundo de realidades inmutables e inteligibles más allá de las sombras que percibimos, o estamos irremediablemente atrapados en el mundo de las apariencias?
Bibliografía:
- González Porta, M. A. "A Filosofía a partir de seus problemas" - Loyola, 2007
- Russel, B, "Los problemas de la Filosofía" - Editorial Labor - 1928 - Capítulo 1: Apariencia y realidad.