¿Para qué sirve la Filosofía?
Esta es una pregunta recurrente, muchas veces formulada para poner en tela de juicio su utilidad. Sin embargo, su sola enunciación ya abre la puerta a la reflexión filosófica, que es precisamente su función esencial: hacernos pensar, cuestionar lo aparente, y en ese proceso, construir una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

En el contexto educativo, la Filosofía a menudo queda relegada a un segundo plano, eclipsada por materias que parecen tener una aplicación más directa en el ámbito laboral. Se priorizan disciplinas como Derecho, Psicología o Relaciones Humanas, pero es la Filosofía la que teje los fundamentos invisibles del pensamiento crítico y creativo que subyacen a todas las demás.
¿Por qué no enseñamos a los estudiantes que las ideas son los cimientos sobre los cuales construimos no solo edificios, sino también nuestro pensamiento? En carreras técnicas como Construcción, donde se privilegia lo tangible, ¿no es también esencial construir primero en la mente antes que en la realidad física? En el ámbito de la Educación Deportiva, por ejemplo, ¿por qué no invitamos a reflexionar sobre si el cerebro puede ejercitarse como un músculo, o si todos los músculos que entrenamos funcionan mejor cuando pensamos críticamente?
Es claro que el sistema educativo tiende a formar más trabajadores que pensadores. Sin embargo, la verdadera educación va más allá de cubrir vacantes laborales: debe inspirar a las personas a cuestionar, imaginar y reflexionar. La Filosofía es, en este sentido, imprescindible. No se trata solo de preparar para un empleo, sino de preparar para la vida, de ofrecer a los estudiantes la oportunidad de embarcarse en el desafiante pero enriquecedor viaje del aprendizaje.

Incluso en disciplinas como la Belleza, la Filosofía es ineludible. La estética, el estudio de lo bello, no es solo un capricho filosófico, sino una parte esencial de cómo percibimos el mundo a través de nuestros sentidos. Y aquí entra algo fundamental: nuestros sentidos perciben, pero es nuestro cerebro el que da significado a lo que vemos. A veces vemos cosas que no son, como caras entre las ramas de los árboles o figuras de elefantes en las nubes. Sabemos que no están ahí, pero nuestro cerebro parece decirnos lo contrario, dándonos la impresión de que lo que percibimos tiene un significado concreto, aunque sepamos que no es real.
Es en este juego entre la percepción sensorial y la interpretación que hace nuestro cerebro donde la estética cobra vida. La Filosofía nos invita a preguntarnos, por ejemplo, ¿qué es la belleza? ¿Es algo dado, o algo que creamos a partir de nuestra experiencia y percepción? Nos ayuda a ver que la estética no es solo un concepto abstracto, sino algo profundamente arraigado en cómo interactuamos con el mundo, moldeando nuestras ideas sobre lo que vemos y sentimos. Así, nuestros sentidos y nuestra mente modifican el mundo que percibimos, dándole forma y sentido.

Lo que hace la Filosofía no es solo proporcionarnos respuestas, sino entrenarnos para formular preguntas más profundas. Nos enseña que el verdadero conocimiento no consiste en encontrar verdades definitivas, sino en entender que cada respuesta abre nuevas interrogantes. La Filosofía es, por tanto, la voz de la conciencia crítica, tanto para el docente como para el estudiante. Es una voz que no se conforma con las certezas absolutas, que siempre desafía, que nos invita a pensar y repensar.
En cualquier ámbito educativo, la Filosofía debería ser ese faro que guía la reflexión sobre el saber y el ser, sobre lo que implica aprender, enseñar y crear. No es una simple herramienta de conocimiento, es el fundamento desde el cual todas las demás disciplinas encuentran su sentido y su fuerza. Como señala Dolina, "uno no está en casi ninguna parte". Siempre estamos en movimiento, siempre buscando, siempre aprendiendo. Y la Filosofía nos ayuda a transitar este camino de manera más consciente y significativa.

Por tanto, la utilidad de la Filosofía no se encuentra en su aplicación inmediata o tangible, sino en su capacidad para despertar en nosotros la curiosidad, el pensamiento crítico y la creatividad. Es el instrumento que nos permite imaginar, cuestionar y construir. Sin Filosofía, el conocimiento se convierte en algo estático, en una mera acumulación de datos. Con Filosofía, el conocimiento se vuelve dinámico, un proceso en constante evolución.
La Filosofía debe ocupar un lugar central en nuestra educación, no como un lujo académico, sino como la base que nos permite ser verdaderamente humanos: seres que no solo trabajan o producen, sino que piensan, crean y sueñan.