¿Se puede enseñar lo inenseñable?

Platón: el legado en la búsqueda del conocimiento

El Teeteto de Platón es un diálogo que aborda una de las preguntas más fundamentales en la filosofía: ¿qué es el conocimiento? A través de la conversación entre Sócrates y Teeteto, Platón explora distintas definiciones, cuestionando la percepción, el saber y la verdad. Aunque el núcleo del diálogo es la naturaleza del conocimiento, ciertos pasajes ofrecen una rica reflexión sobre el acto de enseñar, sobre todo el enseñar filosofía. En este texto, tomaremos algunos fragmentos del Teeteto para pensar no solo la enseñanza del conocimiento, sino también el rol ético del profesor de filosofía, cuestionándonos si se puede enseñar algo verdaderamente y si la filosofía, como disciplina que busca la verdad, puede ser enseñada sin comprometer su propia esencia. Reflexionaremos sobre la responsabilidad del profesor de enseñar desde la sinceridad y la honestidad, principios sin los cuales la enseñanza dejaría de ser filosófica para convertirse en una mera disputa dialéctica vacía de significado.

Filosofía: ¿posible o imposible?

La pregunta de si la filosofía puede ser enseñada ha inquietado a filósofos desde los tiempos de Sócrates. En el Teeteto, Platón nos presenta la idea de que el conocimiento no es simplemente algo que se transmite de manera pasiva, como si fuera un objeto que puede pasarse de una persona a otra. Sócrates, lejos de imponer respuestas, se preocupa por guiar a sus interlocutores hacia la autoexploración crítica. Su método dialéctico no tiene como fin proporcionar respuestas definitivas, sino fomentar el cuestionamiento y el desarrollo del pensamiento propio. En este sentido, la enseñanza filosófica se distingue de otras formas de enseñanza: no se trata de transmitir un conjunto cerrado de saberes, sino de abrir un espacio donde el estudiante pueda enfrentarse a sus propias creencias y prejuicios, descubriendo por sí mismo las respuestas.

Sócrates menciona en el diálogo que el objetivo del profesor no debe ser ganar una contienda verbal, sino corregir al interlocutor "mostrándole únicamente los errores en los que haya caído por sí mismo". Aquí, Platón señala una de las responsabilidades fundamentales del docente: no debe buscar imponer sus ideas, sino guiar al estudiante hacia la autocomprensión. La enseñanza filosófica, en este sentido, es una invitación a que el estudiante reconozca sus propios errores y, a partir de ahí, emprenda el camino hacia la verdad. La responsabilidad del docente radica, entonces, en despertar en el estudiante una inquietud filosófica auténtica.

Pero, ¿es posible realmente enseñar filosofía? Si entendemos la enseñanza como una simple transferencia de conocimientos, la respuesta sería negativa. La filosofía, en tanto disciplina crítica, no puede ser enseñada como un saber técnico o formal. El profesor de filosofía, lejos de ser un simple transmisor de contenidos, debe adoptar el rol de facilitador, acompañando al estudiante en su proceso de descubrimiento. Esta postura encuentra su justificación en el mismo Teeteto, cuando Sócrates señala que, a diferencia de la contienda verbal, la discusión dialéctica busca sinceramente la verdad. Así, enseñar filosofía no es solo posible, sino necesario, aunque con una salvedad crucial: debe ser una enseñanza sincera, honesta y orientada hacia la verdad.

La responsabilidad ética del docente

La enseñanza de la filosofía se revela no solo como un acto intelectual, sino también como un acto ético. El profesor de filosofía tiene una responsabilidad especial: no solo debe enseñar a pensar, sino enseñar a pensar bien, lo que implica una búsqueda constante de la verdad y un compromiso con la sinceridad. El fragmento del Teeteto que dice: "los que discutan contigo se culparán a sí mismos por sus propias confusiones y perplejidades" sugiere que el verdadero docente es aquel que, en lugar de humillar al estudiante o imponer su autoridad, le permite reconocer sus propios errores y aprender de ellos.

La filosofía no puede ser reducida a un simple juego de palabras o una competencia dialéctica vacía. El profesor que enseña filosofía debe ser consciente de que está formando no solo a pensadores, sino también a seres humanos. Sócrates advierte en el diálogo que quienes no practican esta sinceridad pedagógica terminan por generar desprecio hacia la filosofía en sus estudiantes. Aquí Platón introduce una crítica severa al mal docente, aquel que enseña desde la superficialidad o desde el afán de disputa. Este tipo de enseñanza vacía traiciona la esencia de la filosofía y aleja a los estudiantes de su verdadera naturaleza.

Filosofía y sinceridad: ¿qué significa enseñar desde la honestidad?

Enseñar desde la sinceridad y la honestidad implica, en primer lugar, reconocer que la filosofía no tiene respuestas fáciles ni definitivas. El buen docente no debe ofrecer fórmulas cerradas, sino abrir preguntas. La enseñanza de la filosofía, según Platón, solo es posible si se hace con autenticidad, es decir, si el profesor está dispuesto a admitir sus propios límites y a compartir con el estudiante el desafío de buscar la verdad. Esta actitud es profundamente socrática: el docente no se presenta como alguien que tiene todas las respuestas, sino como un compañero de viaje en la búsqueda del conocimiento.

Pero enseñar desde la sinceridad también implica una responsabilidad ética profunda. El profesor debe ser un modelo de integridad intelectual, alguien que practica lo que predica. Platón advierte que muchos maestros de su época, al no ser sinceros en su enseñanza, provocan en sus estudiantes no solo desconfianza hacia la filosofía, sino desprecio hacia ella. Enseñar desde la honestidad, por tanto, no solo implica un compromiso con la verdad, sino también con el bienestar intelectual y moral del estudiante.

Además, el acto de enseñar filosofía es una invitación a una vida filosófica, es decir, a una vida orientada hacia la búsqueda constante de la verdad y la justicia. El docente debe, con su ejemplo, mostrar que la filosofía no es un ejercicio académico abstracto, sino una forma de vida que transforma la manera en que comprendemos el mundo y a nosotros mismos. Esta transformación solo es posible cuando la enseñanza se realiza con sinceridad.

¿Qué es enseñar filosofía sino abrir puertas a lo desconocido?

La enseñanza de la filosofía, en su forma más pura, no es solo una transmisión de conocimientos, sino un acto de responsabilidad ética y compromiso con la verdad. El profesor de filosofía debe ser alguien que guíe a sus estudiantes hacia la autocomprensión y el reconocimiento de sus propios errores. Enseñar filosofía es, ante todo, enseñar a vivir de manera filosófica, es decir, con una actitud crítica y sincera hacia la vida. Cuando el docente enseña desde la sinceridad, no solo forma pensadores, sino también personas con una profunda conciencia ética.

Para cerrar, podemos reflexionar con un aforismo digno de Wittgenstein que intenta capturar el enigma de la enseñanza filosófica: El mundo del que podemos hablar es solo una parte del mundo que podemos habitar. Creo que debemos recordar siempre que enseñar filosofía no es solo enseñar a pensar, sino también a vivir en los límites del lenguaje y el conocimiento. 

Platón (427 a.C. - 347 a.C.)
Platón (427 a.C. - 347 a.C.)

Fragmento del diálogo "Teeteto" de Platón (167e-168e)

Sócrates: (...) En caso de que quieras hacerlo por medio de preguntas, hazlo por medio de preguntas, ya que una persona dotada de inteligencia no debe rehuir este procedimiento; al contrario, debe practicarlo más que ningún otro. Ahora bien, hazlo de la siguiente manera: no cometas injusticias con tus preguntas, pues sería una gran inconsecuencia que quien dice preocuparse de la virtud no hiciese otra cosa que ser injusto con los argumentos. Y en estos menesteres no separar la mera contienda verbal de la discusión dialéctica es cometer una injusticia. En la primera se suele bromear y confundir al interlocutor todo lo que uno puede, pero en la discusión dialéctica hay que ser serios y corregirlo, mostrándole únicamente los errores en los que haya caído por sí mismo o por culpa de las personas que haya frecuentado anteriormente. 

Si, en efecto, procedes así, los que discutan contigo se culparán a sí mismos por sus propias confusiones y perplejidades. No te echarán la culpa a ti, sino que te seguirán y te apreciarán, mientras que huirán de sí mismos, despreciándose y buscando refugio en la filosofía, para cambiar y huir de lo que eran anteriormente. Ahora bien, si haces todo lo contrario, como la mayor parte, también a ti te sucederá lo contrario y verás que los que frecuentan tu compañía, al hacerse mayores, en lugar de convertirse en filósofos, desprecian esta actividad. 

Sócrates (470 a.C. - 399 a.C.)
Sócrates (470 a.C. - 399 a.C.)

Así es que, si me haces caso en lo que se dijo antes, permanecerás junto a nosotros, no con hostilidad ni con afán de disputa, sino con la buena disposición de ánimo necesaria para examinar qué es lo que decimos en verdad cuando afirmamos que todo se mueve y que lo que parece a cada uno es, en efecto, así para él, ya sea un particular o una ciudad. A partir de ello es como podrías investigar si el saber y la percepción son lo mismo o cosas diferentes, pero no, como hace un momento, a partir del uso habitual de frases y nombres, que la mayoría trata a su antojo, ocasionándose unos a otros toda clase de perplejidades. 

Ésta es la ayuda, Teodoro, que he podido aportar a tu amigo. Es la que puedo brindarle, una ayuda escasa, como corresponde a unos escasos recursos. Si él viviera, se hubiera podido defender a sí mismo de una manera mucho más eficaz. 

Teodoro: Bromeas, Sócrates, porque la defensa que has hecho de este hombre ha sido extraordinariamente vigorosa. 

Sócrates: Muy bien, amigo mío. Dime: ¿te has dado cuenta del reproche que contenían las últimas palabras de Protágoras, al decir que estábamos dirigiendo nuestros discursos a un niño y valiéndonos del temor que le infundimos para polemizar contra sus afirmaciones? Además de tomar a chanza nuestra intervención, ensalzaba su doctrina de la «medida de todas las cosas» y nos exhortó a tomar en serio su argumentación. ¿No es así? 

Teodoro: Sí, Sócrates, ¿cómo no voy a darme cuenta? 

Sócrates: Y bien, ¿propones que le hagamos caso? 

Teodoro: Desde luego que sí. 

Sócrates: Pues bien, estás viendo que todas las personas aquí presentes son niños, excepto tú. De manera que, si hemos de hacer caso a este hombre, tú y yo somos los que tenemos que preguntar y responder, y tomarnos en serio su doctrina para que no pueda hacernos el reproche de que no la examinamos atentamente y nos limitamos a bromear con adolescentes. 

Bibliografía:

- Platón. Teeteto. Traducciones, introducciones y notas por María Isabel Santa Cruz, Álvaro Vallejos Campos y Nestor Luis Cordero. Editorial Gredos, 1992.