Un Lugar: el silencio

Ya lo sabía... conocía el reino del silencio,
Donde el eco de su propio ser era una sombra marchita.
Ese silencio, vacío e inmutable, le era ya familiar;
Un eco sin vida, sin sustancia, sin promesa.
Para él, su significado era... inexistente.
Había sido testigo del avance sombrío,
De cómo la oscuridad se deslizaba, como un ladrón,
Robando del espacio la luz que una vez lo abrazó.

Ah... los cabellos negros no volverán.
No habrá más largas esperas suspendidas en la nada,
Ni más siglos de tiempo desmoronándose,
Los cabellos negros no volverán.

Y rezar… rezar a un dios mudo jamás le ofreció consuelo.
Sus manos, marcas indelebles del ácido del destino,
Eran ilegibles... un mapa sin sentido hacia la locura.
Su mente, solitaria, como un castillo en ruinas,
No fue sometida ni por la ciencia ni por el consuelo falso;
Solo la oscuridad, su vieja y constante compañera,
Lo esperaba, sin sorpresa, sin emoción.

Los ojos negros no volverán a mirarte,
No hay rincón donde el alma pueda hallar refugio,
No hay escondite en este vasto abismo,
Los ojos negros no volverán a mirarte.

Y así, en el vacío, encontró resistencia.
No en palabras... sino en acción.
No en promesas... sino en pasos firmes hacia lo desconocido.
Decidió, con fría convicción, mirar hacia adelante.
Porque ya lo sabía...
Ya conocía el reino del silencio.